Elena Valenciano

Rubalcaba, Secretario General del PSOE

Elena Valenciano Fue vicesecretaria general del PSOE entre 2012 y 2014, cuando Alfredo Pérez Rubalcaba era secretario general del PSOE. También fue diputada en el Parlamento Europeo entre los años 1999 a 2008 y 2014 a 2019 y diputada en el Congreso de 2008 a 2014.

«En aquella amarga campaña electoral solo tuvo un momento feliz: cuando, el 20 de octubre de 2011, ETA anunció el final definitivo de su actividad terrorista»

En el final de 2011, Alfredo Pérez Rubalcaba se debatía en un dilema político y personal. En cualquier otra circunstancia, nada le habría gratificado más que ser elegido por sus compañeros secretario general del Partido Socialista, al que amó con pasión. Un amor no siempre correspondido: los militantes socialistas, que siempre lo respetaron por su capacidad y solvencia, solo lo reconocieron realmente como “uno de los nuestros” a partir de su período como portavoz parlamentario, en la primera fase del Gobierno de Zapatero. Siendo un sentimental camuflado —aunque muy pocos conocíamos esa debilidad de Alfredo—, él ansiaba el afecto de su partido más que cualquier posición de poder.

Sin embargo, la lógica política le decía que no era razonable aspirar al liderazgo partidario inmediatamente después de haber perdido unas elecciones de forma aplastante. Ciertamente, ninguna persona honrada podía achacarle la responsabilidad de aquella derrota, que estaba escrita en piedra desde el 12 de mayo de 2010. De hecho, en aquellas fechas ningún otro candidato socialista habría podido retener el apoyo de 7 millones de votantes y obtener 110 diputados. En ese momento era, de lejos, el miembro del Gobierno y del PSOE más respetado por la opinión pública.

Lo cierto es que él había encabezado la candidatura aun teniendo plena consciencia de lo que le esperaba. En aquella amarga campaña electoral solo tuvo un momento feliz: cuando, el 20 de octubre de 2011, ETA anunció el final definitivo de su actividad terrorista. Faltaba exactamente un mes para las elecciones y Rubalcaba frenó en seco cualquier intento de usar la rendición de la banda como baza electoral en su beneficio —lo que podría haber hecho con toda legitimidad—.

Responsabilidad con el partido

Tras la derrota electoral, la vocación y la razón lo impulsaban hacia la puerta de salida. Dentro y fuera hubo quienes le reclamaban pista libre. Pero a la vez, Rubalcaba sabía que el PSOE afrontaba un momento crucial de su historia y que existía un riesgo cierto de que la centenaria organización entrara en una deriva disolvente. Durante semanas trató de persuadir a otros dirigentes del partido para que dieran el paso. Ninguno de ellos estuvo disponible: coincidían todos en que únicamente Alfredo podría mantener al partido en pie, al menos durante la primera fase de la travesía del desierto. Así que, violentándose racional y emocionalmente, se encaminó a un segundo ejercicio de responsabilidad.

Ganó aquel congreso de Sevilla por la mínima. Algunos de los perdedores de aquella votación no le dieron, a partir de ese día, ni un segundo de tregua. A la dificultad de la situación se añadió el aprieto cotidiano de sortear el fuego amigo, evitando abrir una nueva brecha en un partido extremadamente herido y debilitado.

Rubalcaba supo desde el principio que no era él el llamado a liderar el futuro del PSOE. Su misión era, simplemente, mantener el barco a flote y garantizar que el PSOE tuviera un futuro. Por otra parte, el país estaba metido de lleno en la crisis económica y se veía venir el desafío secesionista del nacionalismo catalán. No había margen para una oposición de tierra quemada que, por otra parte, no habría sabido practicar quien comprendía como nadie la lógica del Estado.

Una oposición firme y leal

Decidió enfocar su período como secretario general haciendo lo que consideraba más útil y, además, se ajustaba mejor a su personalidad política.

Trató de contribuir, desde una oposición firme y leal a que España resolviera de la mejor forma posible sus dos grandes desafíos del momento: la crisis económica —de la que la sociedad hacía corresponsables a los dos grandes partidos—, y la crisis territorial que se veía venir por la radicalización independentista del primer partido de Cataluña.

Discrepó abiertamente de la política económica del Gobierno del PP, pero se cuidó de usar la crisis como un arma desestabilizadora. Era consciente de que el PSOE no obtendría ningún beneficio de ello, y que el desgarro social solo podía conducir, como así fue, al del propio sistema político, abriendo las puertas al populismo. Por ello, a falta de un diálogo fructífero con el Gobierno de Mariano Rajoy, impulsó todo lo que pudo el diálogo con todos los sectores sociales.

«Diagnosticó certeramente la naturaleza del conflicto que se gestaba en Cataluña.»

«Diagnosticó certeramente la naturaleza del conflicto que se gestaba en Cataluña.»

En varios discursos parlamentarios diagnosticó certeramente la naturaleza del conflicto que se gestaba en Cataluña, y anticipó casi al milímetro lo que sucedería años más tarde si no se abordaba correctamente desde la raíz. Tampoco aquí logró la atención de un Gobierno ensoberbecido por su mayoría absoluta.

Aún así, se volcó en una tarea pendiente desde hacía décadas: armonizar las concepciones territoriales de todos los socialistas de España. Él fue el primer líder del PSOE que habló claramente de una evolución federal del Estado autonómico (lo que era obvio en un partido en cuyos estatutos aparece la palabra “federal” cerca de 200 veces), y también quien planteó la conveniencia de una reforma parcial de la Constitución que precisara y cerrara todo lo que el texto del 78 había dejado abierto o impreciso.

La Declaración de Granada de julio de 2013 fue una obra de orfebrería política. No era nada sencillo poner de acuerdo sobre la organización territorial de España a los socialistas de todo el país: andaluces y catalanes, vascos y extremeños, gallegos y madrileños, socialistas jacobinos y socialistas que rozaban el nacionalismo y convivían con él en sus territorios. Pero se logró, y aquel acuerdo se mantuvo en pie durante años.

La tarea ideológica y programática

La otra gran tarea de su mandato fue rearmar ideológica y programáticamente al PSOE, un partido en el que no había habido un debate de ideas en profundidad desde el legendario Congreso del marxismo de 1979. Durante meses trabajó, con un equipo amplísimo de personas —varios centenares— de dentro y fuera del Partido, en un proceso de reflexión y debate que desembocó en la Conferencia Política de noviembre de 2013. El documento resultante es el intento más ambicioso de renovación de la socialdemocracia española en varias décadas. De su contenido, en contra de las apariencias, se alimentó el PSOE durante mucho tiempo después de su marcha.

El legado político de Rubalcaba como secretario general puede rastrearse fundamentalmente en sus textos: en el discurso de presentación de su candidatura del 9 de julio de 2011, en el programa electoral de las elecciones generales, en la Declaración de Granada y en el documento de la Conferencia Política. También en sus discursos parlamentarios. Pese a los obstáculos internos, nadie puede decir que quedó excluido de ninguno de aquellos trabajos o que su voz no fue escuchada.

Últimos desafíos

Durante su período como líder de la oposición estalló la catarata de casos de corrupción estructural del Partido Popular. La mezcla de la crisis económica y la corrupción política era tóxica para la democracia. En cierto momento, Rubalcaba consideró que su obligación era pedir la dimisión de Rajoy como presidente del Gobierno. Lo hizo dos veces: en una declaración pública en julio de 2013 y en un debate parlamentario cuatro meses más tarde.

En las elecciones europeas de mayo de 2014, el PSOE redujo la distancia de 16 puntos que lo había separado del PP tres años antes a una diferencia de 3 puntos. No obstante, Rubalcaba concluyó entonces que debía dar por finalizado su mandato y abrir paso a la renovación del liderazgo, con tiempo suficiente para afrontar el nuevo ciclo electoral. Si accedió a retrasar su relevo unos meses fue porque se le requirió para un último servicio al Estado: ayudar desde el Partido Socialista a la delicada operación de la sucesión en la Jefatura del Estado.

Consumado con éxito ese tránsito, Alfredo regresó, con alivio y dignidad, a lo que más amaba: su condición de profesor en la Universidad. Me consta que en ese reencuentro halló la felicidad. Ahora sé bien cuánto se echa de menos a políticos de su estirpe.

Elena Valenciano Fue vicesecretaria general del PSOE entre 2012 y 2014, cuando Alfredo Pérez Rubalcaba era secretario general del PSOE. También fue diputada en el Parlamento Europeo entre los años 1999 a 2008 y 2014 a 2019 y diputada en el Congreso de 2008 a 2014.