Soraya Sáenz de Santamaría

El penúltimo mohicano

Soraya Sáenz de Santamaría Fue vicepresidenta del Gobierno entre 2011 y 2018. Coincidió con Pérez Rubalcaba como líder de la oposición, durante la X Legislatura

«No le hacía falta exhibir sus principios en eslóganes de camiseta»

Es un hecho incontrovertido que Alfredo Pérez Rubalcaba era un parlamentario excepcional, eficaz en sus argumentos y mortífero contra sus adversarios. Por tanto, no me entretendré en esta pieza en sumar adjetivos a su trayectoria, sino que intentaré transcender a la substancia, a su manera de entender y poner en práctica su condición de diputado.

Siempre aprecié en Rubalcaba, ante todo, un respeto hacia la arquitectura institucional de España y, en especial, al Parlamento como la sede de la soberanía popular. En uno de sus discursos mejor trabados recordaba a su bancada que “nuestra Constitución sólo reconoce una soberanía: la soberanía popular. No existe una soberanía real y otra popular”.  Extramuros del Congreso, hay, sin duda, la participación propia de una democracia viva. Pero conviene que los parlamentarios recuerden que el Congreso de los Diputados merece el respeto que supone ser la representación de esa única soberanía, concertar la voluntad de todos los españoles y expresarla legislatura tras legislatura. Para los parlamentarios, llamémoslos clásicos, nuestro Parlamento existe para representar a los españoles, no para entretenerlos. Para explicarse y convencer a los ciudadanos y no para espolear audiencias.

Esto no impidió que algunos, muchos de los debates que protagonizara Pérez Rubalcaba —especialmente cuando su contrincante lo igualaba en altura— concitaran gran expectación y llegaran al público masivo con su dialéctica encendida y apasionada. La brillantez no necesita atrezo. No le hacía falta exhibir sus principios en eslóganes de camiseta, ni acarrear impresoras al hemiciclo para ganarse fácilmente la foto del día. No.  Su mérito fue hacerlo construyendo discursos y titulares que aún resuenan en nuestra memoria.

Una mochila propia

Algunos pueden ver en ello el arte de la improvisación de una mente privilegiada. Nunca presumió de ello. Tan solo de ser “un trabajador infatigable”. Su respeto a la Cámara le hacía ir preparado, con el tema leído y releído, estudiado, trabajado y planificado. Presumía de que su carrera política era la de un estratega. Una loa a la paciencia frente a los tiempos actuales de tácticas apresuradas que duran lo que dura un tweet, literalmente, un pío.

Rubalcaba fue un político de raza. Sin duda. Pero no sólo eso. Decía de sí mismo que era único y dual: “Quien les habla pertenece a los dos gremios, político y científico”. Llegó a la política con su mochila propia, con una formación previa que le había amueblado la cabeza y que le daba la independencia de la que, en ocasiones, se ve privado aquel cuya vida depende del cargo.

Si cuando estaba en política, afirmaba: “Yo vivo con la química. Cuando me siento en mi mesa de trabajo tengo frente a mí un sistema periódico, que me apasiona”, sin duda, en sus últimos meses su mesa de profesor tendría una pila de periódicos abiertos por la sección de política, porque esta vocación, si es auténtica, difícilmente se pierde.

«Si perdía, era el primero en detectar su derrota. Perdía el debate y salía a ganar el pasillo»

«Si perdía, era el primero en detectar su derrota. Perdía el debate y salía a ganar el pasillo»

Mis enfrentamientos con Rubalcaba

Me enfrenté muchas veces a Rubalcaba. Eran miércoles de adrenalina y aprendizaje.  Creo que, a veces, quedamos en tablas o incluso puede que alguna ocasión llegara a ganarle. El diputado no siempre lleva buena mano, aunque Rubalcaba sabía aprovechar sus cartas al máximo. Y, si perdía, era el primero en detectar su derrota. Perdía el debate y salía a ganar el pasillo —expresión que tomo prestada de mi amigo José Luis Ayllón—, haciéndose el encontradizo para soltar a los periodistas una bomba informativa que hacía olvidar ipso facto el debate que acababa de producirse. Ahí era también un maestro.

Pero no sólo de debates se nutren Congreso y Senado. Un Parlamento necesita buenos legisladores y hábiles negociadores. Y si los debates son para ganarlos, para que una negociación culmine en un acuerdo se precisa que ganen todas las partes. Con Alfredo se podía negociar la coincidencia, la discrepancia y hasta la comunicación de ambas, porque si la voluntad superior exige un acuerdo, la generosidad y la empatía tienen que ser el medio. Con el PSOE de Rubalcaba pactamos en temas de Estado, con independencia de quien se sentara en el banco azul, cuando supimos ser fieles a una frase que él repetía a los suyos: “En los temas de Estado, y este lo es, nos comportamos de la misma manera estemos en el Gobierno o estemos en la oposición. De la misma manera”. Los principios no deberían mudar, ni la coherencia sujetarse a término. Y los valores, además de blandirlos, conviene ser capaz de ponerlos alguna vez en práctica.

Hoy hay muchos que echan de menos a los Rubalcabas de antaño y, con ellos, a otra forma de ser, llegar y estar en política. Quiero pensar que esa especie parlamentaria no está al borde de la extinción en el actual ecosistema político, dentro y fuera de nuestras fronteras. Porque los tiempos que se avecinan sólo se pueden sortear con capacidad, experiencia y talento.

Soraya Sáenz de Santamaría Fue vicepresidenta del Gobierno entre 2011 y 2018. Coincidió con Pérez Rubalcaba como líder de la oposición, durante la X Legislatura